Cosas que aprendí un día y escribo para no olvidar

**Creo en la ciclicidad de las vidas, como en el ciclo del agua - sol, nube, agua -, en la ilusión y en la soledad, hermanas. En la escritura antes que en las palabras y en la lucha interna y externa.**

viernes, septiembre 16, 2005

¿Qué hace una chica como tú en un basurero como éste?

Desperté con la luz molestándome en los ojos, los párpados se veían anaranjados. Era como que me enfocaba la luz de las luces para que dejara de dormir, vete ya. No miré a mi alrededor porque no necesitaba buscar respuestas a preguntas mañaneras. Solo me importaba la puerta del baño y mis ojeras. Hice lo propio de una señorita en casa ajena y cerré la puerta tras de mí.

Mientras volvía a mi casa - renovadora de energía- pasaba la película del cuento por mi cabeza - pensamiento que intentaba destruir al sueño que me amodorraba en el asiento. - Constantemente me repetía aquello que dijo cuando me vio:

¿qué hace una chica como tú aquí?

Observo mi reflejo en la ventana. Bonitos ojos. Eso me pregunto yo. Siempre estuve donde no era mi lugar. O mejor, nunca estuve donde sí. Revoloteaba por mi cabeza la idea y las ojeras se hacían más grandes en el reflejo, jodidas ojeras, ojos hinchados. Tras sucesivas reiteraciones de la preguntita, entendí que ninguno de aquellos lugares era el mio y la gente lo sabía (y lo decían). Porque se nota. Entonces sobre mi frente noté que alguien escribía: desperdida.

El infinito se apoderaba de mi consciencia y luché con él por volver al mundo real donde volvería a preguntar pero no a responderme. Borré aquella palabra de mi cara y continué con mi vida como si la gente no pensara aquello (y no lo dijera). Me engañaba y justificaba diciendo que estaba construyendo mi mundo

¿qué culpa tengo yo de no encajar?

solo soy yo.

que me arresten.

Abrí la puerta para cerrarla. Me senté en mi propio regazo y empecé a echar de menos a aquel al que recuerdo en el futuro. Me digo, me hablo y me respondo.

¿siempre hablas sola?

lo hago.

Forma parte de mi locura que nadie entiende, de mi carácter que nadie quiere sufrir.

Descolgué las cortinas y croquetamente me enrosqué en ellas. No preguntaron qué hacía allí, ni por qué hacía eso. El tul rojo me abrazó sin preguntas y sin respuestas, ellas también estaban allí. Después de todo... ellos tenían razón. Yo era la que tenía dudas, ellos afirmaban.

Hasta el en-cuent.r.o, bonita.

No sé qué aprendí: si a no hacerme preguntas que no tienen respuesta o a conformarme con justificaciones inventadas.