Cosas que aprendí un día y escribo para no olvidar

**Creo en la ciclicidad de las vidas, como en el ciclo del agua - sol, nube, agua -, en la ilusión y en la soledad, hermanas. En la escritura antes que en las palabras y en la lucha interna y externa.**

miércoles, abril 26, 2006

Lo del amor desde Jose hasta Jose a mí.

"El misterio, el indescriptible y escaso misterio. Lo que cuenta es el misterio. Incluso si alguien tiene dinero, lo que interesa es la leyenda de cómo lo consiguió, si fue con los dados, con el catre o pescando gambas en Getafe. Las historias se sostienen sólo cuando hay un misterio. Eso que comúnmente llamamos amor, sólo es el resultado de un estúpido pacto para soportar estoicamente las cosas cuando ya se ha desvanecido el misterio por el que empezaron. Lo sé por experiencia. Lo que me interesa de una mujer es lo que ignoro de ella. Uno se interesa por alguien cuando desconoce si lo que tiene en el cajón de la mesita de noche es una novela, una caja de aspirinas o un vibrador con el tamaño y el olor de un abadejo.

No es fácil dar con alguien que te llene de misterio. La gente suele ser fácil, traslúcida, inmediata. Tocas fondo con sólo un par de preguntas. Lo más fascinante de la gente suele ser una mentira. Muchas parejas se tienen en pie porque soportan hablar diez años seguidos de la muela del juicio, de la tarta de manzana o de las minutas de los abogados.

Misterio y frases. El amor necesita frases, como en las películas, que nos regalan frases fascinantes, redondas, sensibles, inteligentes frases que te acortan el camino y te hacen encantador. Siempre encontrarás una mujer que se entusiasme por tus frases dos minutos antes de volverse loca con el llavero de tu coche.

¿Y cómo ha de ser ella para que la cosa resulte apasionante? Bien, una mujer vestida con cierta holgura, no exactamente floja, digamos que un par de tallas por encima de la talla de su piel, es decir, que en el bolsillo no le abulte la caja de condones. Añádele un pañuelo en el pelo y el rostro rebajado por un incipiente catarro, uno de esos rostros a media luz en cuya hondura alumbra la estraza de un alma sencilla y cultivada con quien puedas bailar "I wish you love" con un par de traspiés resueltos con una sonrisa y un tosco ademán en la melena.

Tenéis que buscar una casita en la costa garrapiñada [...]. En la chimenea, un cauteloso fuego boreal, ya sabes, la clase de fuego en el que jurarías que se puede enfriar el vino. Y en la gramola, la trompeta de Herb Alpert tocando "Alguien que me cuide". Ya sé que estas cosas no ocurren. La mayoría sólo se ponen el pañuel en el pelo para pintar el techo."

José Luis Alvite, Historias del Savoy.